22 julio 2013

Adiós


La encuentro tumbada en el piso, abrazándose las piernas, y junto a estas, su cabeza.
Supongo que está llorando, y no me equivoco.

Desearía poder acercarme a ella, pero hay cierta fuerza que me lo impide; siento como si algo me cortase el paso; doy por sentado que son mis propios miedos a enfrentarla, a ver algo que no deseo ver.
Verla llorar me destruye.

Y antes que pueda hacer más nada, levanta su cabeza y me mira con ojos fríos y dolidos.
Y me dice: Para qué viniste…? Por qué…?

Eso fue más que suficiente para hacerme agachar la cabeza,

y para que mis ojos también se llenen de lágrimas.
Aún hoy, no descubro si fue por dolor, o por impotencia, o tal vez por vergüenza.
Nada fue lo mismo, tras cerrar la puerta.



(no entiendo por qué, pero siempre supe que pasaría)

1 comentario:

Barracuda dijo...

Hay situaciones de llanto diferentes, esas, que te involucran, te provocan acciones imprevisibles. Desde el pánico hasta el abrazo. Y las otras? Los niños que lloran en la calle, el hombre en un velorio, la anciana frente al espejo? Todas nos desarman, nos dejan con la emoción al viento, sin recetas.